La fama del CBGB sigue siendo mucho mayor de lo que parecía el interior del club. Sobre un suelo irregular, las paredes estaban cubiertas de nombres de grupos que habían tocado allí. El aire apestaba a cigarrillo. Y los aseos estaban decorados con un caótico revoltijo de pintadas y pegatinas. No era glamuroso, pero sus míseras entrañas encajaban con el sonido y la ética de los artistas y el público que acudían allí, unidos por sus frustraciones con la sociedad y una pasión universal por la música.

Fue un crisol de culturas como ningún otro, donde los artistas lanzaron carreras que marcarían una época y cambiarían el curso de la música alternativa. También fue un nexo de unión musical: Patti Smith entrelazaba el punk con la poesía, Blondie mezclaba el rock con la música disco y Talking Heads fusionaba el funk con el pop y los ritmos africanos. La creatividad era palpable, y no se trataba de momentos aislados. Estos artistas tan influyentes actuaban a menudo juntos, en los mismos carteles.

Aunque el club sea más conocido como lugar revolucionario donde se expandieron los géneros en los años 70, no perdió relevancia después. En los 80, Bad Brains, Agnostic Front y Gorilla Biscuits transformaron el local en una meca del punk duro, y Korn y Green Day tocaron allí en los 90. El CBGB capeó el temporal de una ciudad en constante cambio durante décadas, hasta que finalmente sucumbió al aumento de los alquileres en Manhattan justo cuando una nueva revolución indie se afianzaba en el nuevo milenio. Tras un último concierto de Patti Smith en 2006, el local cerró sus puertas para siempre.