El viaje de Billie Joe Armstrong desde la escena del punk rock underground hasta agotar entradas en estadios de todo el mundo no fue fácil. Tuvo momentos buenos, malos y peores. Pero siempre volvió a ponerse en pie. En gran parte gracias a la gente que conoció por el camino.

Para dedicarse a lo que le gustaba, tuvo que viajar en una destartalada furgoneta Ford y tocar en locales de mala muerte, fiestas en casas ocupadas y patios traseros. Pasó muchas noches durmiendo en el suelo, en casas de personas cuyos nombres todavía no ha olvidado. Estos primeros años no le hicieron ganar mucho dinero, pero sí muchos fans.

Su talento para escribir sobre experiencias personales que llegan a personas con vidas muy diferentes ha convertido a Billie en un fenómeno. Un enigma musical que ha acercado el espíritu punk a una audiencia que nunca antes se había interesado por el género. Ha demostrado que ese movimiento puede seguir sonando rebelde y a la vez ser accesible para todos.

Sus letras explícitamente emocionales y a menudo políticas le han granjeado la adoración de generaciones de adolescentes desarraigados; la Green Day Idiot Nation. Es consciente del poder de las palabras para desafiar o unificar a un público, y siempre ha elegido lo segundo.

A día de hoy, la influencia de Billie Joe Armstrong sigue trascendiendo épocas y lugares. Incluso en la cima del éxito con Green Day, sigue buscando formas de romper los esquemas para conectar con una nueva legión de fans. Por ejemplo, subiéndose espontáneamente al escenario de un bar local para cantar durante una noche de versiones de Green Day. No podríamos estar más orgullosos de trabajar junto a esta leyenda de la música, que es la personificación de que el rock ’n’ roll es un estado mental.